(English version follows)
La conquista de los aztecas o mexicas sigue siendo un fuerte
tema de discusión en círculos académicos tanto en México como en el extranjero,
en especial por las múltiples interpretaciones historiográficas que dicho tema
ha despertado a través de los siglos. La barbaridad de los Conquistadores
españoles, el exceso de inocencia de los mexicas y la subsecuente masacre y el
abuso fanático de la corona española contra los mesoamericanos ha sido
exagerado una y otra vez y ciertamente una imagen muy tergiversada tanto de los
conquistadores como de los conquistados ha emergido hacia la cultura popular,
más que nada por el anti-españolismo frecuente en la historiografía de lengua inglesa
y francesa, dominantes a través de los años. No obstante, este evento no puede
escapar la evidencia arqueológica y antropológica que contradice muchos de
estos mitos. Si bien los españoles estaban guiados por un fuerte celo religioso
y avidez por el oro, también los motivaba un profundo de sentido de aventura y
descubrimiento como a sus vecinos portugueses; su “villano” líder Hernán Cortés
no era únicamente un monstruo sanguinario, ya que en vez de gobernar los
territorios con mano de hierro como podría haberlo hecho, se dedicó en vez a
realizar más expediciones en Centroamérica y en el Norte de México; los
conquistadores mataron en realidad menos gente de lo que se cree, fueron la
viruela y otras enfermedades contagiosas que ellos trajeron inconscientemente
las que diezmaron a las poblaciones nativas y que curiosamente, nunca usaron
como arma de guerra a diferencia de los colonos ingleses y franceses en Norte
América. Los mexicas, por otro lado, tampoco eran el ideal del “buen salvaje”:
Mientras que su economía y sociedad exhibían en efecto características de un
pre-socialismo, había una gran desigualdad de género como en casi cualquier
otra sociedad antigua; también ellos poseían una religión fanática que exigía
sacrificios diarios tanto humanos como animales para mantener funcionando al
universo y por ello, los Mexicas tenían subyugadas incontables poblaciones para
exigir tributos humanos que generaban, por lo mismo, gran descontento. La
imagen de la Conquista de México es entonces más compleja de lo que se piensa y
aquí es donde el compositor Lorenzo Ferrero nos muestra su visión del hecho.
Lorenzo Ferrero
nació en Turín, Italia en 1951. Siguió una educación musical moderna europea,
siendo instruido por vanguardistas en el Instituto Musical de Turín, al igual
que teniendo educación formal de Filosofía en la Universidad de Turín, de la
que se graduó con una tesis sobre la estética de John Cage. También realizó
investigaciones sobre los efectos psico-acústicos de la música electrónica en
el IRCAM de París. No obstante, tras sus estudios, le dio un vuelco a su
carrera yendo del vanguardismo al neo-romanticismo. Desde entonces, ha
mantenido un profundo interés en la ópera, tradición en los compositores
italianos, no solo componiendo sino difundiendo obras en los festivales
italianos, sin embargo, también ha compuesto piezas instrumentales y
orquestales. También se ha destacado por ser un socialité, habiendo fundado la
Alianza de Compositores y Cancioneros Europeos y siendo directivo del Consejo
Internacional de Autores de Música o CIAM, en paralelo a su carrera de
enseñanza y de dirección de festivales. Su ciclo sinfónico La Nueva España fue
compuesto durante la década de los 90 y si bien refleja objetivamente los
aspectos de dicho episodio histórico, es música que denuncia la evidente
tragedia representada por la pérdida de vidas y la destrucción cultural; en sus
palabras “cada vez que hay dificultades causadas por la incomprensión mutua, al
parecer lo mejor que hay que hacer es destruir [al oponente]. Aún ocurre en
nuestros días y sin duda ocurrió, con gran ferocidad, entre 1519 y 1521.”
Quizás, al hablar de nuestros días, Ferrero se refería a los Genocidios de
Bosnia y Ruanda, mismos que sacudieron al mundo en esa década y que probaron
que los “fantasmas” del nacionalismo exacerbado y del racismo aún vagan por
este reino terrenal.
Ferrero pensó en seis poemas sinfónicos que retratan
momentos muy específicos durante este episodio de la historia. Esta escrito
para una gran orquesta con una sección de percusiones aumentadas. El primer
poema se llama Presagios: Los mexicas, así como los griegos y los romanos,
temían a la ira o al abandono por parte de sus dioses, mismo que podría traer
la caída de su civilización. Según la tradición, hubo ocho presagios que anunciaron
este final. Tras una introducción muy percusiva, un motivo musical masivo barre
toda la orquesta recordando aquellos presagios más apabullantes: la aparición
de un cometa en los cielos nocturnos en el año 1516 y que cimbró miedo en los
líderes y sacerdotes mexicas y por otro lado, un terremoto que provocó una ola
tsunami que inundó Tenochtitlán, la capital imperial, misma que se situaba
sobre un lago. De repente, las cuerdas sugieren un movimiento como el de las
llamas, escenificando el incendio que ocurrió en el templo del dios guerrero
Huitzilopochtli. Los ataques insistentes en los alientos evocan el llanto de
una mujer misteriosa que clamaba “Hijitos míos, debemos irnos lejos. Hijitos ¿A
dónde los llevaré?” Más importante aún es la aparición del tema de Cortés,
quien aparentemente fue vislumbrado por Moctezuma en una visión mística dada
por una criatura parecida a una grulla que tenía un espejo en la cabeza. La música desaparece como empezó, misteriosa
y aterradora, mientras el cometa se disipa en la oscuridad. El segundo poema se
titula Memoria del Fuego, tomado a partir de una colección de historia
novelizada de las Américas, creada por el recientemente fallecido escritor
uruguayo Eduardo Galeano. En dicha colección, Galeano recuerda momentos importantes
de la historia del continente desde la Antigüedad hasta fines del siglo 20,
yendo de Alaska hasta Tierra del Fuego, pero enfocándose en las naciones de
América Latina, según él, tan olvidadas por Occidente. Uno de esos momentos es
sin duda la llegada de Hernán Cortés y los españoles al Golfo de México,
simbolizados por un motivo de una segunda mayor más una cuarta justa/tercera
menor en las cuerdas. En este poema particular, el título es tomado de manera
casi literal, ya que es el fuego el que utilizará Cortés para hundir su flota,
así que retorna el tema del Fuego mientras los galeones son incendiados y se
hunden en el fondo de la rada de lo que es hoy Veracruz. El tema de los
españoles se mezcla con el tema del fuego mientras los atónitos soldados españoles,
que eran apenas 500, miran la escena. El final de este segundo poema se
encadena directamente con el tercero, llamado La Ruta de Cortés, siendo éste el
más objetivo del ciclo. Las cuerdas y los alientos crean una marcha perpetuum mobile, misma que será el
motor del viaje de Cortés hacia tierra firme, ya que varios líderes indígenas
le han contado de una gigantesca ciudad, ésta siendo Tenochtitlan, llena de
riquezas. Los sueños de una “ciudad dorada” sin duda motivaron a la tropa, que
marcha tierra adentro enfrentando un sinnúmero de obstáculos fueran estos
geológicos o bien tribus agresivas o desconfiadas, retratados con redobles en
los timbales y tambores y en los metales también. Sin embargo, también hallaron
tierras fértiles y aliados inesperados como el Señorío de Tlaxcala,
simbolizados con el retorno de la marcha de Cortés. Al final, encontramos el
ascenso de la tropa a los grandes volcanes que cuidan la entrada a Tenochtitlán
y su impresionante vista de la destellante ciudad en medio del lago, que de
acuerdo con el cronista de Cortés, Bernal Díaz del Castillo, era “algo que
nunca habían visto o soñado”.
El cuarto poema se titula El Encuentro, retratando el
momento cuando Cortés y el Emperador o Tlatoani Moctezuma se encontraron frente
a frente sobre la Calzada de Iztapalapa. La música anuncia fanfarrias reales,
evocando la música de las cortes del siglo 16; a final de cuentas Cortés se
volvería noble y Moctezuma era de la realeza mexica, asi que la música es muy
apropiada. Una línea en las violas y los alientos dirige la música, construida
parcialmente por melodías del movimiento anterior, mientras los españoles
caminaban apabullados a través de los resplandecientes templos y palacios de
Tenochtitlan, mismos que estaban cubiertos de una aleación similar al oricalco
griego, ya que en efecto, el único uso que los mexicas encontraban para los
metales era puramente ornamental. De pronto, el tono cambia, ya que los propios
mexicas estaban impresionados con lo que veían porque al parecer, las profecías
se habían vuelto realidad: si bien era el retorno del Hombre-Dios Quetzalcóatl
para algunos, incluido el emperador y su séquito, ya que los hombres eran de un
color distinto, con barbas largas y venían en bestias sin cornamenta como
algunas adivinaciones lo habían predicho; sin embargo, otros estaban
conscientes de que ellos no eran dioses, ya que lo único que apreciaban era el
oro de los adornos y de los ídolos y despojaban al imperio extrayéndolos. Un
tema del primer poema viene para indicar tal predicamento. El quinto poema es
La Matanza del Templo Mayor. Cortes ha dejado la capital ya que el gobernador
de Cuba, Diego Velázquez, ha enviado una flota para cazarlo por desobedecer su
orden de regresar a la isla tras completar la expedición. Él dejó a su asustadizo
capitán Pedro de Alvarado con una guarnición en Tenochtitlán. El ambiente de
inestabilidad es retratado en las cuerdas y los alientos angustiados e
inciertos. Ésos días, los mexicas realizarían la Fiesta de Tóxcatl en honor a
Tezcatlipoca por la noche. La guarnición de Cortés se estaba volviendo loca con
las “iniquidades” y los sacrificios humanos que cometían, así que decidieron
atacar como forma de castigo. La violencia aparece en los toms y en los metales
y los alientos. El festival tiene lugar al escucharse danzas por toda la
orquesta, pero el tema de los soldados españoles presiona el baile, al tomar
por sorpresa a los danzantes y sacerdotes, quienes son rodeados y brutalmente
masacrados. La música adquiere un ritmo descontrolado mientras los españoles
masacran a los ciudadanos que yacen cerca del templo. No obstante, los
enfurecidos tenochcas se levantan en armas y encierran a las tropas españolas
dentro del palacio en el que residían. Es durante esta batalla que Moctezuma
muere: los relatos de su deceso son diversos, ya que ambos bandos culpan al
opuesto de su asesinato y desafortunadamente, su cuerpo fue quemado según la
costumbre como para hacer hoy en día un análisis arqueológico y confirmar si
fue apedreado por una turba iracunda, o muerto a traición por espada de
acero. El sexto poema se titula La Noche
Triste. Cortés ha regresado pero él y sus hombres se han vuelto prisioneros del
palacio: sus provisiones y ellos disminuyen día con día. Los Mexicas han elegido
un nuevo tlatoani, Cuitláhuac, quien había jurado no dejar ir a los españoles.
La música comienza con un ostinato del xilófono que evoluciona a una melodía
modal; los mexicas se han alzado contra sus captores en un motivo creciente.
Sin embargo, Cortés no aceptaría la derrota y comenzó a planear un astuto
escape de la capital imperial. Las percusiones fluyen con golpes y las cuerdas
resuenan sobre la orquesta y un suave tema secundario suena en pizzicatos: los
españoles usarán la noche como momento para huir la ciudad isla, pero los atrapan
y se alza el grito de guerra. Los guerreros de Cuitláhuac están listos y
golpean tambores por todos los templos. La sutil fuga de Cortés se ha
convertido en un frenético escape por sobrevivir mientras los vengativos
mexicas terminan con los españoles. En desesperación, muchos de ellos se
avientan a las aguas del lago, pero se hundieron cargando el botín dorado que
han robado de los palacios. Cortés y sólo pocos de sus hombres alcanzaron la
orilla occidental del lago y se sintieron llenos de pena por sus pérdidas y de
acuerdo a la tradición, Cortés lloró bajo un árbol, situación indicada por las
flautas, las cuerdas y un solo para viola.
Aqui terminan los poemas, con el lamento de Cortés y el noble, aunque breve, triunfo de los
mexicas. El compositor sin embargo, termina su descripción programática “los
Mexicas fueron finalmente derrotados”. No hay música que describa dicha escena
en el poema; ni siquiera hay un poema que siga que se intitule La Conquista de
México y siento que esta actitud es algo llana. Si el compositor desea
realmente denunciar, pienso que debería existir dicha obra para exponer el
sufrimiento final del pueblo mexica. Si llegara a componerse dicho poema, sería
el más largo de toda las serie ya que necesitaría retratar la muerte de Cuitláhuac
por enfermedad al igual que la de media Tenochtitlán; el ascenso de Cuauhtémoc
como último tlatoani mexica y su heroica defensa de la ciudad contra el asalto
final de Cortés y su subyugación al dominio español. La obra de Ferrero no es ni la primera, ni
será la última, que se base en el tema de la conquista de México. Tan sólo en
el barroco, el compositor Antonio Vivaldi compuso una ópera sobre Moctezuma y
paralela a la obra de Ferrero, el compositor alemán Wolfgang Rihm creó una
ópera sobre el mismo tema. Aun así, los compositores mexicanos nunca han hecho
una obra importante sobre el tema; ni siquiera con su academicismo moderno,
intelectual y autocrítico han hecho una pieza significativa que desafíe el más
difícil de los temas de nuestra historia nacional.
Sebastián Rodríguez Mayén
*La religion Mexica es tan compleja como fanática; es un
sistema de creencias panteístico-politeísta que posee un Dios Creador Dual y
muchos otros dioses menores, pero importantes. Entre ellos, encontramos a la
pareja opuesta Tezcatlipoca y Quetzalcóatl. Estos dioses, al igual que las
deidades griegas, poseían pasiones y atributos humanos al igual que la idea del
hombre transformado en Dios; Tezcatlipoca era el dios de la oscuridad y el dios
de los enemigos, pero también el dios de la fertilidad masculina y de las
riquezas; también era el dios de la fortuna pero sobretodo, Tezcatlipoca
representa la contradicción, una cualidad propia del ser humano. Quetzalcóatl
era, por otro lado, un humano legendario tan noble que al final de su larga
vida, se convirtió en Dios de los vientos, de la vida, la iluminación del
conocimiento y la sabiduría; en cierta forma es el dios de la excelencia, una
aspiración para todo mortal.
Historical Scenes II: The conquest
of the Aztec Empire
The
Conquest of the Aztecs or Mexicas (MEH-SHEE-CAS) is still a strong matter of
discussion within academic circles both in Mexico and abroad, especially
because of the multiple historic and historiographical interpretations this
topic has issued over the centuries. The barbarity of the Spanish
Conquistadors, the excess of naivety of the Aztecs and the subsequent massacre
and fanatically abusive bondage of the Mesoamericans by the Spanish Crown have
been exaggerated over and over, and certainly a very tergiversated image of
both conqueror and conquered has emerged in popular culture, mostly because of
the predominant anti-Spanish image English and French language historiography,
which have been dominant currents in that field. However, this event cannot
escape the archeological and anthropological evidence that contradicts most of
these myths. Effectively Spaniards were driven by a zealous religion and golden
greed, yet they were also motivated by a deep sense of adventure and discovery
like their Portuguese neighbors; their “villainous” leader Hernan Cortes was
far from being only a sanguinary monster as he is portrayed, since instead of
governing the conquered territories with an iron fist as he could have done, he
rather personally continued his expeditions to Central America and to Northern
Mexico; the Spanish conquistadors actually killed less Mesoamericans than small
pox and other contagious diseases they brought unconsciously and unbeknownst to
them to the New World, even more curiously, they never used these diseases as
an advantageous war tactic, and even more shocking, contrary to what English
and French colonists did in North America. The Aztecs, on the other hand, were
not the “noble savage” either: while their economy and society exhibits traits
of proto-socialism, there was, almost as in any other ancient society, an
enormous gender inequality; also they possessed an overzealous religion* that
commanded daily human and animal sacrifices to keep the universe at work; they
virtually enslaved and subjugated every population they deemed suitable for tributes
and generated subsequently enormous discontent. The bigger picture becomes then
much more complex than it was before, and this is where composer Lorenzo
Ferrero’s vision of the Conquest comes in.
Lorenzo
Ferrero was born in Torino, Italy in 1951. He followed a modern European
musical education, taught by avant-gardists in Turin Musical institute as well
as Philosophy at the Univerisity of Turin, where he graduated with a thesis
about John Cage’s aesthetics. He did as well research on the psychoacoustic
effects of electronic music at IRCAM in Paris. However, after his studies, he
gave a shift to his career, passing from avant-garde to neoromantic style. He
has since kept a keen interest on opera, a tradition to Italian composers, not
only composing but diffusing opera festivals in Italy, yet he also has composed
instrumental and orchestral pieces. He is also a socialite composer, having
founded the European Composer and Songwriter Alliance and being chairman of the
International Council of Music Authors or CIAM, parallel to his appointments as
teacher and head of festivals. His cycle of Symphonic Poems La Nueva España was
composed across the decade of 1990, and while reflecting almost objectively
most actions of these historical episode, it is denounce music against the
obvious tragedy represented by the loss of life and cultural destruction; in his
words “whenever there are difficulties caused by mutual incomprehension, the
preferred way out is one of destruction. It is happening still today and this
took place with unbelievable ferocity then, between 1519 and 1521.” Probably, when
talking about today, Ferrero was talking about then ongoing Bosnian and Rwandan
Genocides that shook the world during that same decade, and that proved
humanity the “phantoms” of exacerbated nationalism and racism still wander on
this earthly realm.
Ferrero
devised six symphonic poems that portray very specific moments during this
historical episode. It is scored for a large orchestra with an augmented
percussion section. The first poem is called Presagios (Omens). The Aztecs, much like Greeks and Romans, were
afraid of the wrath or the abandonment of their Gods, which could effectively
bring their downfall as a civilization. According to tradition, there were
eight bad omens that foretold their demise. Music portrays most of these
terrible events in a fashionable way. After a percussive introduction for
un-tuned instruments, a massive, threatening motive sweeps all over the orchestra,
remembering the most appalling of these omens: the apparition of a comet in the
night skies in year 1516 that certainly draw fear on the Aztec leaders and
priests, and an earthquake that drew a tidal wave upon Tenochtitlan
(TEH-NOTCH-TEE-TLAN), the imperial capital, built over a lake. Suddenly strings
suggest the movement like flames, picturing the fire that broke out in the
temple of war god Huitzilopochtli. Insistent woodwind attacks evoke a
mysterious lady who wailed “my dear sons, we must flee. My dear sons, where
will I take you?” Most importantly is the apparition in strings of the
leitmotiv of the Cortes, which apparently showed up in a vision to emperor
Montezuma upon the mirrored head of a hunted crane. The music fades away in the
way it started, mysteriously and frightening, as the great comet draws into
darkness. The second poem is called Memoria
del Fuego (Memory of Fire) which is drawn upon the title of a collection of
novelized history of the Americas by recently deceased Uruguayan writer Eduardo
Galeano. In this collection, Galeano enshrines important moments of the history
of this continent from Antiquity to late 20th Century, going from
Alaska to Tierra del Fuego in Argentina, yet focusing on the
“forgotten-to-the-West” Latin American nations. One of these is evidently the
arrival of Hernan Cortes and the Spaniards to the Gulf of Mexico, symbolized by
a motif of a second major plus a perfect fourth/minor third in strings. In this
particular poem, the title is literally taken, since it is the fire Cortes used
to burn his fleet, and so the theme of fire returns as the galleons are set to
flames and sink in the bottom of what is today Veracruz’s harbor. The theme of
the Spanish soldiers is mixed with the fire theme as the shocked soldiers, which
were incidentally just a mere 500 instead of a gigantic horde as believed, watch
the ships on fire. The ending of the second poem musically chains up directly
with the Third, named La Ruta de Cortes
(Cortes’ Road) which is the more “objective” of the whole cycle. Strings and
woodwind create a perpetuum mobile march,
which is the motor of Cortes’ voyage into mainland, since he has been told by
indigenous leaders of a gigantic city, Tenochtitlan of course, filled with
richness. These dreams of a “golden city” indeed motivated the troops which
marched inland facing obstacles such as geological formations or aggressive/non
confident tribes, portrayed musically with a drum and brass roll. However, they
also found the land blooming with fruits and unlikely friends like the
Tlaxcallan Confederacy (TLASH-CAH-LAN), symbolized with the return of Cortes’ march.
At the very end we find the troop’s ascent to the great volcanoes that guard
the entrance to Tenochtitlan and the impressive view of the glittering city in
the middle of the lake, which according to Cortes chronicler Bernal Diaz del
Castillo it was “something they have never dreamed or heard of”.
The Fourth
poem is El Encuentro (The Encounter),
portraying the moment when Cortes and Emperor Moctezuma found each other over
the Iztapalapa Causeway. The music announces brass fanfares, much evoking court
music of the 16th Century. In the end Cortes was a noble-to-become
and Montezuma belonged to Aztec nobility, so the music is quite appropriate. A
line in violas and woodwind conducts the music, drawn partially from the last
movement’s procession, as the Spanish march flabbergasted around the sparkling
temples and palaces of Tenochtitlan, apparently covered with a material similar
to Greek orichalcum; indeed, the only use Aztecs found for metal was purely
ornamental. Suddenly the mood changes, also the Aztecs were impressed with what
they saw. It seemed the prophecies had become true to some: it was the return
of Man-God Quetzalcoatl (KET-SAHL-CAU-AHTL) to some, as the men were differently
colored, long bearded and came riding hornless beasts as some divinations
foretold; some other were aware those were not Gods at all as the only thing
they did was looting all the golden and metallic idols, destroying the Empire.
A theme heard in the first poem comes into prominence in brass and strings
indicating such a predicament. The Fifth poem is La Matanza del Templo Mayor (The Massacre at Templo Mayor). Cortes
has left the capital since the Cuban governor, Diego Velázquez, has sent a
fleet to hunt him down for he had disobeyed the orders of returning to the
island after completing the expedition. He has left his rather easily-scared
captain Pedro de Alvarado with a garrison in Tenochtitlan. This uneasy ambience
is portrayed in anguished, yet foggy strings and woodwind. The Aztecs were to
hold the Toxcatl (TOSH-CAHTL) festival in honor of Tezcatlipoca (TEHS-CAH-TLEE-PAU-CAH)
at night. Cortes’ garrison is growing nervous at the “iniquities” and human
sacrifices the Aztecs hold, and so decided to attack in order to punish them.
Violence appears in toms beating across the place and bewildered brass and
string attacks. The festival takes place as dances are heard across the
orchestra yet the theme of the Spanish soldiers presses hard on into the
dancing, as the ceremonial dancers and priests are taken by surprise,
surrounded and brutally massacred. Music becomes wilder as the Spaniards
butcher the citizens around of the temple. Tenochtitlan’s population, angered,
rose in arms and eventually locked the Spanish troops inside the palace they
used as residence. During this battle, Montezuma died: the accounts of his
death diverge, since both sides blame the opposing one for his murder, and
unfortunately his body was burned as it was the custom to do any modern
archaeologic analysis in order to confirm if he died stoned by an angry mob or
stabbed by steeled swords. The Sixth poem is La Noche Triste (The Night of Sorrow). Cortes has returned but he
and his men have become prisoners in their palace: their supplies are dwindling
and their numbers too. The Aztecs have chosen a new Emperor, Cuitlahuac
(COOI-TLAH-OOAC), who has vowed not to let Spanish escape. The music begins
with a xylophone ostinato that immediately leads to a modal melody; the Aztec
people have risen against their captors in a growing motive. However, Cortes
won’t accept defeat and starts planning a cunning exit from the Imperial
capital. Flowing percussion strikes and strings sound all over the orchestra
and a secondary soft theme sounds in pizzicatos: the Spaniards would use
nighttime as a perfect moment to flee the island city. However, they are duly
spotted and the war cries are raised. Cuitlahuac’s warriors are ready and beat
drums from the top of the temples. Cortes and his men subtle escape has now
become a frantic struggle to survive against the vengeful Aztec warriors
decimate the Spaniards. In despair, most of them throw to the waters of the
lake but sank as they carried the precious golden loot taken from palaces.
Cortes and few of his men did it to the western shore of the lake and felt
sorrowful for the losses, and according to tradition, Cortés wept under a tree,
indicated by wailing flutes and strings and a viola solo.
The poems
end here, with Cortes’ sorrow and the Aztecs’ noble, yet brief triumph. The
composer however, writes in the end of his program description “The Aztecs were
finally defeated”. There is no music that depicts this scene in the poem; there
is not even a following symphonic poem entitled The Conquest of Mexico, and I find such attitude wanting. If the
composer’s intention is the real denounce of the facts, I think there should be
such a work that portrays the final suffering of the Aztec people. Shall a last
poem ever be composed, it would certainly be the longest of the series needing
to portray Cuitlahuac’s death by disease along with that of half city; Cuahutemoc’s
rise as the last Aztec emperor and his heroic defense of the city against
Cortes’ final assault and evidently, the subsequent Aztec subjugation to
Spanish rule. Ferrero’s work is not the first, and certainly won’t be the last,
based upon the Mexican conquest. Already, Italian composer Antonio Vivaldi had
composed a baroque opera about Montezuma, and parallel to Ferrero’s work,
contemporary German composer Wolfgang Rihm created an opera on the same subject.
Still, Mexican composers have never done a major work upon the subject; not
even with their modern and self-critical intellectual academicism have yet
produced a significant piece that tackles the most difficult of all the topics
of our national history.
Sebastian
Rodriguez Mayen
*The Aztec
religion is complex as well as zealous; it is both a pantheistic and polytheist
system of beliefs with an all embracing dual God Creator and several other
minor, yet important gods. Among them, we find the opposite couple Tezcatlipoca
and Quetzalcoatl. These two gods embrace, much like the Greek deities, human
passions and attributes and the concept of Men transformed into God; as
Tezcatlipoca is the god of the dark and the god of the enemies, but also the
god of male fertility and of richness; he is also the God of Fortune, but
overall, Tezcatlipoca is the God of Contradiction, an unique human asset.
Quetzalcoatl was, on the other hand, a legendary human so noble that at the end
of his long life, he became the supreme God of the winds, the god of life, of
light and of knowledge and wisdom; in some way, he is the God of Excellence, an
aspiration for all mortals.
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